Pasaba de la media noche cuando su corazón tomó el mando. No pudo darse cuenta de la situación, estaba absorta en un delicioso sueño. Mientras dormía, él se despertó, y poco a poquito se desprendió del sueño. Ella se veía en una playa, el mar es su lugar favorito del Universo. Recostada bajo el sol disfrutaba profundamente la sensación del calor llenando cada poro, sonreía. Ante tanta felicidad él supo que era el momento adecuado para actuar, ya estaba lista.
Esperó la escena en la que ella se levantaba para caminar hacia el mar, sabía que nada la haría despertar al sentir el impacto del aire fresco sobre su piel. Estaba emocionada, se encontraba parada en la orilla y tenía el presentimiento de que algo bueno iba a pasar, no sabía qué ni cómo, sólo que algo bueno la esperaba mar adentro. Entonces, sin hacer ruido, y con mucho cuidado, él salió del cuerpo. Una vez entre sábanas y cobijas se acercó a la cara. Al verla se hinchó un poquito, era sólo que la quería tanto, por eso sabía que tenía que proceder.
Debo apresurarme, pensó, los sueños no duran toda la noche y yo necesito dejar esta carga en el pozo de lo innecesario. Había llegado la hora de expulsarla, por eso se dirigió con determinación hacia su destino. Antes de perderse dentro del vestidor volteó a verla y sintió su alegría. La vio sumergirse en el mar, pocas cosas le resultaban tan reparadoras como sentir la piel rodeada por agua mientras se mecía con las olas. No había duda, consideraba al mar uno de sus más grandes amores, herencia de su abuela.
Encontró la puerta de ese cuarto cerrada, aún así sabía que no podía echar atrás. Empujó con la voluntad de quien sabe que está por llevar a cabo un acto de valentía, nunca se había visto empujar a un corazón con tanta determinación. Una vez abierta se arrastró por el pequeño tramo entre la puerta y el inodoro. Al ver la tapa del escusado levantada pensó en su suerte; ella tiene por costumbre dejarla abajo, cosas del feng shui. En algún lugar escuchó que si quedaba arriba se iba el dinero.
Para llegar a su destino –el escusado-, trepó por el mueble del lavabo. Al llegar a la cima calculó con cuidado el salto exacto para no caer dentro del agua, sería trágico. Concentrado, dio un pequeño brinco para situarse de forma perfecta en el lugar adecuado y así poder desechar la carga que tanto le pesaba ya.
Aquí comienza el verdadero esfuerzo, se dijo al tiempo que buscaba el balance perfecto para inclinarse sobre el pozo de lo innecesario. Una vez equilibrado comenzó su labor. Primero distendió todo el cuerpo lo más que pudo para después contraerse por completo, era como si quisiera tocarse el centro con toda su masa, en simples palabras, se estaba exprimiendo.
Una contracción, dos contracciones y por fin a la tercera pudo sentir como algo traspasaba su membrana desde el interior. Lentamente comenzó a asomarse la inicial del nombre que ya no necesitaba recordar. Era una letra mayúscula y dolía mucho, sobre todo porque era la primera vez que un nombre se había clavado tan profundamente y, como bien sabemos, las primeras veces siempre duelen más. Conforme salía la letra, gotas de recuerdos la acompañaban hasta el agua. Éstas contenían el primer beso, los besos largos antes de atreverse a abrirle el cuerpo, todos los besos del fin de semana en el que hicieron por primera vez el amor, y al final escurrió hasta el último beso, ése que después supo a traición.
Desechada la mayúscula volvió a la carga. Se contrajo de nuevo varias veces hasta que logró sacar la segunda. Ésa, al ser redonda, costó más trabajo. Tuvo que apretarse por completo para que la redondez rompiera el músculo y comenzara a salir. Con ella gotearon hasta el fondo el primer te amo que escuchó con absoluta sorpresa, todos los demás te amo que guardaba en su memoria, incluso fueron expulsados aquellos que no tuvieron tiempo de decirse.
Necesitó un momento para tomar aire y emprender contra la tercera. Desde la oscuridad se podían apreciar diminutas gotitas de sangre sobre toda su membrana, suponemos que era el sudor causado por el trabajo físico. Vamos, pensó, una vez que salga ésta sólo faltará una letra más. Se inclinó hacia delante estrujándose de nuevo. ¡Auch!, gritó, venía con acento, al parecer los acentos lastiman profundamente al salir. Detrás de la norma ortográfica por fin salió la que parecía gusanito, junto con ella cayeron las sonrisas en la primera cita, las carcajadas cuando la torturaba haciéndole cosquillas, las risitas con las que se divertían al desabrochar los botones, la alegría que siempre encontró en los ojos de él al mirarla.
Sólo queda la última letra, ¡qué alivio! Pero ésa también lastimó al salir. Era larga, delgada y filosa como el acento. El corazón apretó fuerte mientras llovían caricias tiernas, manos entrelazadas, nudos de piernas por las noches y un montón de abrazos por la madrugada, esos que se dan los que se aman cuando aún dormidos necesitan acunarse con el otro. Una letra tan larga cargaba largos recuerdos.
Al contar cuatro letras fuera suspiró aliviado, había terminado. Pero justo en ese momento sintió algo en su interior empujando por salir. Se extrañó, estaba seguro de haber tirado el nombre completo, sabía que con eso era suficiente, el apellido nunca ha sido necesario. Atónito se dobló ante una fortísima contracción, pero esta vez fue algo automático, no tuvo que realizar ningún esfuerzo. Cuando se dio cuenta ya habían salido seis letras que pudo distinguir hasta que cayeron al agua. Se asomó y sonrió, le pareció un detalle clásico leer en fina manuscrita la palabra "cabrón". Hasta para decir groserías hay que tener estilo, se dijo divertido.
Una vez limpio de nombre y descripción caminó con cuidado sobre la taza hasta alcanzar la palanca y jaló con la gran decisión que tienen los corazones firmes. Con júbilo observó el torbellino formado por letras, gotas y recuerdos. Lo que más llamó su atención fue el ímpetu con el que chocaron destruyéndose unos a otros. Entonces vino el mágico final. Una fuerza que parecía venir desde el centro de la tierra absorbió todo por el pequeño espacio que se lleva lo que el cuerpo desecha, aquellas sustancias que ya no necesitamos para vivir.
Satisfecho por el esfuerzo alcanzó el piso de un brinco. En ese momento volvió a conectar con ella, se preocupó al sentir que el sueño estaba por terminar. Sería mortal que despertara sin él. No hay tiempo, pensó, y salió lo más rápido que pudo del bañó para dirigirse hacia la cama. Trepó de forma ágil, claro, todo lo ágil que puede hacerlo un músculo. Al encontrarse de nuevo entre sábanas y cobijas buscó el pedazo de piel por el cual se reincorporaría al cuerpo. Le fue fácil encontrarlo. Aunque nos sorprenda, la piel que cubre al corazón continúa palpitando cada vez que éste decide tomar el mando, debe ser por la inercia de tantos años trabajando acompasados. Una vez en su lugar se dejó llevar de nuevo por el sueño, sintiéndose satisfecho de volver al organismo que tiene el placer de mantener con vida.
Al amanecer ella despertó y se levantó enseguida, se dirigió al baño, pero fue a medio camino cuando lo notó. Algo raro estaba pasando, ella nunca se levantaba de la cama antes de dar al menos diez vueltas buscando excusas para dormir, siempre justificándose con el cinco minutos más y ya. Ese pensamiento fue el que la distrajo de notar que la puerta, que deja emparejada con cuidado todas las noches, estaba abierta.
Mientras se arreglaba pensó que tal vez se sentía tan alegre por esa nueva ilusión en su vida, sin embargo no le pareció suficiente razón. Buscó en la mente, en el cuerpo, hasta que por fin se le ocurrió asomarse al corazón. Revisó bien, pero nada, no encontró nada, simplemente no volvió a pensar jamás en…., en eso que no podía recordar. Lo que tenía claro es que, por alguna razón, de nuevo en su vida cada cosa estaba en su lugar.