lunes, 27 de diciembre de 2010

Rabiosa y rendida

Maldito el rayo que te partió el corazón, ágil y certero.  Cuando te cayó de lleno estabas inmóvil en la cama tratando de apagar la memoria. Afuera llovía. Apenas pudiste sentir la explosión que expulsó esas dos mitades de tu cuerpo. El dolor fue muy agudo, te cegó por un momento que supo a eternidad.
De las dos mitades, la primera que reconociste fue la rabiosa. Estaba abierta de forma impúdica salpicando sangre, escupiendo en rojo tu dolor. Ese dolor y la impotencia que te habías obligado a contener se manifestaban como unas intensas ganas de destruir con tus garras lo que hubiera alrededor, incluyéndote a ti misma.
Tendida al lado viste la otra parte de tu corazón, la que rendida en medio del caos trataba de encontrar el latido que te permitiría seguir viva. Te sentías atrapada y luchabas, no buscabas destruir sólo necesitabas libertad para consolarte.
No recuerdas el primer movimiento pero por fin reaccionaste, tenías que hacerlo. La mitad rabiosa te gritaba ¡no toques nada!, quédate como estás, ¡no olvides jamás que te han roto el corazón!; mientras que la rendida susurraba no hay más, muévete, haz algo…. por favor haz algo, sálvanos.
Ahora lo recuerdas, fueron las voces del corazón las que te hicieron pensar déjenme, cállense, entonces te moviste. Fue un leve giro de cabeza sobre la almohada, pero te moviste. Esa pequeña victoria sobre la voluntad vencida te obligó a darte cuenta de que seguías viva, adolorida pero viva.
Intentabas ubicarte de nuevo en este cuerpo que habitas, reconocerte en esas entrañas, en tu desconsuelo; sí, buscarte ahí fue lo más fácil para asimilar que ésta que sufre eres tú.
Ahora reniegas, quieres salir de ahí, no del cuerpo sino del resultado de ese mal rayo que te partió. Recuerdas la voz masculina diciendo perdón…, se feliz…, cuídate…, adiós. Una punzada, un trago que no baja por la garganta, es el grito ahogado del desamor. Reconoces tus ganas de llorar al preguntarte ¿cinco palabras?  Cuesta trabajo creer que cinco palabras son el final.
Estás sola y no mereces ésto, dice la rabia mientras la observas moverse convulsa en el piso. Necesitas venganza, cobrar dolor con dolor -parece que grita- no importa que te consuma la vida, necesitas su corazón partido en dos. Mientras escuchas miras fijamente hacia la nada que se convierte en pared. El cuerpo inmóvil contrasta con la ráfaga de pensamientos que se agolpan en el cerebro. Sientes alivio por un momento y entiendes que ha comenzado a nacer la raíz del rencor.
Es una raíz que se clava violenta en la tierra fértil que prepara la desesperanza, esa violencia es la que te hace reaccionar. ¡NO!, gritas con la mente, con la voz, con todo el cuerpo. Esta vez el movimiento es mayor, te giras completamente hacia el otro lado. Otra batalla ganada a la voluntad. Ahora sabes que eres dueña de tu cuerpo, pero aún te falta recuperar el corazón.

Extiendes la mano para recoger la mitad rabiosa. Al ser parte de ti, reconoce la intención de sanar antes de que logres siquiera tocarla. Se revuelve retorciéndose, tratando de escapar. No quiere ceder, está de venas abiertas al rencor. Tu mano la alcanza, la aprietas amorosamente hasta que deja de sollozar. Es ahora o nunca, la pegas al pecho y sientes cómo traspasa tu piel hasta ahuecarse en su lugar.
La mitad rendida, rendida está. Ha sido una dura batalla, mantenerte viva luchando contra ti misma no ha sido el más fácil de los combates. Se encuentra quieta, sumisa, inmovilizada y a punto de darse por vencida. La tomas con decisión, sacudiéndola. Te necesito, ahora te necesito, le dices en un ruego que la saca del letargo. La miras y es como verte a los ojos, cierran el pacto y entonces comienzas a sentir que se eleva el ritmo de sus medios latidos.  De nuevo piensas ahora o nunca, la aprietas contra el pecho y con cada latido la sientes reconocer su espacio mientras se abre camino por tu cuerpo.
Por fin las dos manos sobre el pecho tranquilo, cierras los ojos, inhalas... y al soltar el aire decides que vas a continuar viva. En ese mismo momento escuchas caer otro rayo furioso, la noche se llena con lo que reconoces es EL grito masculino de dolor.

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