México no es un abstracto, México eres tú esta frase ha resonado en mi cabeza desde pequeña. Tuve la fortuna de asistir al Instituto Educativo Olinca, una escuela en la que el civismo era parte del programa educativo. Durante varios años viví la elección de un presidente para la República Olinca (los alumnos de 6to grado hacían campañas y propuestas y todos votábamos), se organizaban actividades con comunidades poco favorecidas para concientizarnos sobre la responsabilidad que teníamos en nuestro medio, pero sobre todo diario veía está frase en una de las paredes de la escuela. Los primeros años no comprendía siquiera la palabra abstracto, pero de tanto vivirlo lo intuí. Tal vez reprobé muchas materias, y hasta me corrieron por burra en 2do de secundaria, sin embargo aprendí como pocas cosas en mi vida que México soy yo.
Hoy me duelo, y me duelo mucho, siento una gran impotencia, coraje, frustración y tristeza al escuchar las noticias. Todos los días hay muertos, torturados, violencia, no me importa si mueren “malos” o inocentes, lo triste que es nos estamos acostumbrando a vivir en un clima hostil. También encontramos noticias tan absurdas como las “ladies de Polanco”, el locutor de radio que insta a matar a los ciclistas, el conductor que dispara contra el conductor de un camión escolar, etc. Estos hechos me parecen un claro síntoma de nuestro tiempo y de los valores que hemos decidido integrar a nuestra rutina diaria.
Por otra parte tenemos situaciones, a las cuales me cuesta trabajo ponerles un adjetivo, como la que se dio en Monterrey hace unas semanas. Me parece inconcebible que alguien pueda, impunemente, bajarse de una camioneta con toda tranquilidad, avisar que se va a incendiar un local con gente inocente entreteniéndose, vaciar gasolina, prenderle fuego y poder huir. ¿Qué pasa por la mente de estas personas? Eso está fuera de todo contexto y me tomaría muchas hojas tratar de explicarme a mí misma cómo es que estos sujetos se han convertido en lo que son. Lo que me mueve a escribir hoy es la tristeza de ver cómo la violencia, la carencia de afectividad y los corazones entumidos van tejiendo nuestras acciones y reacciones cotidianas para adaptarnos a una nueva realidad, cómo hemos ido aprendiendo, de forma inconsciente, que ser violentos y romper códigos es una forma de vivir en México.
Por otra parte, vemos a un presidente agotado, quien debe estar contando con ansias los días por entregarle el mando al siguiente incauto con aires de héroe mexicano que quiera presidir esta nación; a un candidato presidencial, heredero de un hampón, perfilarse como favorito en las elecciones; a autoridades confesando que están rebasadas mientras piden a los secuestradores que, de favorcito, no maten a sus víctimas; a policías secuestrando y pasando información a los cárteles; a una generación de niños y jóvenes, sin oportunidades de estudio y trabajo, encontrar como oportunidad para salir adelante la afiliación a un cártel, antes lo hacían bajo amenaza, ahora lo buscan y esperan cumplir con el “perfil” requerido, y así podría continuar enlistando situaciones. También vemos a una sociedad indignada, dolida, pero aún así pasiva. Son pocos, y los admiro profundamente, los que se han atrevido a alzar la voz, y además actuar para, desde sus trincheras, generar estrategias que buscan ponerle fin a esta situación. Lamentablemente, además de todos los conflictos actuales, la corrupción que se ha mamado por generaciones en este país también les corta el paso hacia las posibilidades de un cambio.
Frente a esta visión, las preguntas de mi México querido son ¿hasta dónde pueden llegar estas personas? ¿Hasta cuándo el gobierno va actuar de forma contundente, sin pactos ni treguas con gente que no respeta más valor que el dinero y el poder enfermizo? ¿Qué va pasar con nuestro país, nuestras familias, nuestros trabajos? ¿Seremos, sino es que ya somos, como otros países en los cuales el narco está en todos los negocios, incluso en mi lugar de trabajo?
Todas mis preguntas las he dirigido siempre hacia las autoridades quiénes, sin duda, tienen toda la obligación de cumplir con la dirección del país y protección de los ciudadanos, sin embargo pienso, si México soy YO, y quiero que México cambie hacia mejores condiciones ¿qué estoy haciendo para contribuir, desde mis posibilidades, a la solución de esta situación? Me siento impotente, sin un camino claro, pero con la certeza de que quiero ser parte del cambio que, estoy segura, se generará en México, no podemos continuar así. La cosa es que no sé hacia dónde ir. No puedo llamar a una revolución social porque no tengo el alcance, honestamente tampoco el valor, ni los medios para lograrlo; no puedo irme a platicar con estos señores porque buena la tendría, además de las carcajadas que les provocaría; pensar en alistarme en el ejército para luchar cuerpo a cuerpo, pues menos, además de que ya estoy harta de oír sobre enfrentamientos.
Gabycobi ¿qué hacemos? me pregunté a mí misma y al hacerlo parecía perro buscándome la cola porque no tenía una idea clara. Hoy sé lo que quiero hacer, quiero ser CUIdadana de mi nación. Hace dos años leí “El país de las mujeres” de Gioconda Belli. En esta encontré el término y me gustaron sus implicaciones. Ser CUIdadano significa tener una participación activa, hacerte cargo de y responsabilizarte por lo que te toca en tu comunidad, en tu entorno inmediato, es CUIDAR el pedazo de patria que te corresponde. Dicho así puede parecer ser muy subjetivo y poco trascendente para combatir una guerra que se libra con las armas letales que portan miles de sicarios alrededor del país, además de los obstáculos propios de la cultura de corrupción con la que nos enfrentamos entre los servidores públicos y ciudadanos. Sin embargo, si cada día un número mayor de personas se convierten en CUIdadanos el ejército que salvará a este país estará formado por la gente común y corriente, que en singular poca diferencia podemos hacer, pero en conjunto podemos sentar las bases para el nuevo México que queremos crear.
Idealismo absoluto, estoy de acuerdo. Aún así, también pienso que es posible. Que el proceso será largo, claro, es más, será larguísimo. Estaremos luchando por transformar un bagaje cultural de siglos, lo cual no debe ser fácil ni inmediato. No hablamos de curar a México de una gripa, hablamos de curar a México de un cáncer maligno que avanza poco a poco. La buena notica es que somos muchos, muchos más los que tenemos algo de salud y deseo de hacer las cosas bien, de respetar y amar a nuestro país, porque es amarnos a nosotros mismo.
Vamos a comenzar por respetar las normas sociales, actuar con civismo. Esto supone respetar al que no conocemos como si fuera parte de nuestro circulo cercano, y respetar las leyes aunque nadie nos esté vigilando. Evitar aventarle el coche al de al lado, respetar las señales de tránsito, mantener limpio nuestro paso por la ciudad (lean la teoría de the broken window), no dar mordida, bueno, en primera, regresar a respetar la ley para no tener que dar mordida, etc. Cumplir cabalmente con nuestra responsabilidad social a gran escala. No comprar droga, no comprar piratería, no recibir grandes cantidades de dinero en efectivo de dudosa procedencia, no manejar borrachos (lo hecho, claro, ya no la haré porque hoy me convierto en CUIdadana).
Sé que son puntos débiles, que deberíamos cumplir con problemas o sin problemas, aún así, son pequeñas batallas que debemos ir luchando todos los días para cambiar el sentido de nuestro pensamiento, para evitar asentarnos como comunidad en los hechos negativos, pensemos que ése que va junto a nosotros es parte del equipo, que va a cumplir con su trabajo, o a recoger a sus hijos, y tiene tanto coraje y miedo cómo nosotros. Porqué bien que nos quejamos de la insoportable ola de violencia, ¿pero qué tal le aventamos el coche al que nos pide el paso al tiempo de gritarle un finísimo “¡pendejo!”?