En los últimos
años he ido acumulando suficiente evidencia física para afirmar
contundentemente que la edad me cayó encima, que mi cuerpo ha empezado a mostrar
signos de que estoy empezando a ser “una mujer de cierta edad”.
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El
primer momento en el que me di cuenta de que algo pasaba fue cuando bajé de una
periquera apoyando las rodillas en el asiento mientras bajaba las piernas al
piso lentamente, humillación total. Estaba bajando unas botellas en la cocina,
al terminar volteé y, como siempre, me dispuse a dar un salto al piso; algo en
todo mi cuerpo, mente y corazón me lo impidió y en un micro segundo pensé “si
brincó me mato o de menos me rompo algo”. Procedí a la vergonzosa acción de “escalar
hacia abajo” la periquera.
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Segundo
momento, estaba agachada en cuclillas, perdí el equilibrio y me tomó alrededor
de 5 segundos levantarme… 1, 2, 3, 4, 5. Parece poca cosa pero NO LO ES, mi
cuerpo me dijo “necesito más tiempo y espacio para encontrar el equilibrio”. Para
mí, que desde chiquita me he subido a árboles, corrido como cabra loca -en el
club me decía “la Gacela”- y sentido enorme seguridad en la fuerza de mis
piernas, fue tremendo cachetadón.
En adelante
dejaré de contar los momentos por salud mental.
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Mis
articulaciones han perdido cartílago, lo notó principalmente en mis rodillas
-no me pregunten cómo lo noté, nocierto, sicierto, nocierto, sicierto
jajajaja-. El tema es que si las apoyo en el piso siento mis huesos clavarse, haciendo
ejercicio me cuesta trabajo mantener posiciones con las rodillas en el piso. Tengo
una rodilla operada y esa cada día me pide más, me grita con pequeñas punzadas que
la fortalezca.
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Cuando
dejo un tiempo de hacer ejercicio y regreso, cada vez me cuesta más recuperar condición
y músculo. ¡Ah, pero vieran con qué rapidez pierdo lo que voy ganando!
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Pasemos
a la piel, ¡uf!, la piel. Desde los 28 años tengo una rutina para cuidar la piel
de mi cara y he sido súper disciplinada. Me gusta cuidar mi cutis porque pretendo
madurar y envejecer con dignidad sin ningún procedimiento invasivo. Esto no
impide que al notar las primeras muestras de madurez en mi piel haya puesto el
grito en el cielo. Desde hace algunos meses cuando me maquillo pongo cuidado en
limpiar con mi dedo anular el maquillaje que se encierra en los carriles debajo
de mis ojos. Por más yoga fácil que haga diario llegaron las arrugas en las
bolsas de mis ojitos pizpiretos acompañadas de una arruga en el entrecejo del
lado derecho y marcas de expresión paralelas a la nariz.
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Y
si empezamos a hablar de canas mejor me apuro porque en lo que escribo seguro
tengo 20 más. Hace unos 5 años empecé a encontrar una que otra cana, hoy tengo
zonas de la coronilla repletas, repito REPLETAS, de hirsutas y blancas canas. Tal
vez usted piense, bueno, algunas serán, NOOOOOO, son muchísimas, al grado de
que en adelante tengo que pintarme el pelo al menos cada mes porque arrugas sí,
pero canas ¡NO! Y cómo aún no quiero empezar a pintarme el pelo completo, si me
ven con cola de caballo verán pelitos blancos a los costados y pelitos blancos parados, porque claro, ¡el pelo que me crece me crece en modo cana!
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La
cosa continúa con perdida de volumen en la coronilla y pelo más delgado. Delgado
del estilo, antes las ligas me daban dos vueltas, hoy pueden darme tres y si me
apuro hasta cuatro vueltas bien apretadas. Las mujeres entenderán.
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Como
pilón mi nombre, GABRIELA, mi tan bonito nombre se está convirtiendo en nombre
de mujer madura. ¿Recuerdan nombres de la infancia que eran de mujeres mayores
Doña Conchita, Doña Gertrudis, Doña Genoveva? Bueno, pues Gabriela se está
convirtiendo en un nombre “maduro”, ¿cuántas niñas o adolescentes conocen que
se llamen Gabriela?
Toda esta
confesión ¿para qué? ¿solo para quejarme en público? ¡Claro que no! Por supuesto
que es algo que me pesa porque me obliga a cambiar la imagen de mí misma y de
las cosas físicas que puedo o no puedo hacer, y sobre todo para reflexionar
sobre las metas en las que quiero enfocarme mientras me preparo para cumplir 45
y 50 años. Puede parecer un poco extremo prepararme para los 50 estando a 4
meses de cumplir 44, digamos me gusta planear para lograr objetivos
relacionados con mi estabilidad personal.
Hasta antes
de todos estos eventos repetía sin cesar que lo importante con la edad es la
actitud, la jovialidad, la forma en la que nos conectamos con la vida y las circunstancias,
sin duda sigo pensando igual. La actitud nos lleva a lugares increíbles mientras
que nos sostiene en los complicados y ahora añado un elemento indispensable desde
mi punto de vista, la SALUD FÍSICA. La capacidad del organismo para funcionar
de manera adecuada y la capacidad física para sostenernos, sin salud no importa
la actitud que tengamos, estaremos a medio camino de la forma en la que
queremos vivir los años por venir. La forma en la que quiero vivir mi edad
madura y mi vejez es sana, fuerte, independiente, con energía para seguir aprendido,
viajando, haciendo las cosas que me inspiran y alimentan la mente y el corazón.
La única manera de lograrlo es reflexionando hoy frente a las señales que me
manda mi cuerpo para aconsejarme que lo cuide porque ya le cuesta un poco más
recuperarse, restaurarse. Mi cuerpo es mi amigo, mi casa, mi molde, mi aliado o
mi carga, yo decido cómo nos vamos a relacionar en el futuro a partir del trato
que le he dado y que comience a darle hoy.
Hace años
cambié mi alimentación, mi organismo funciona de manera correcta, siento
energía. Aún con el desgaste de la edad siento los beneficios en mi piel, pelo,
así como en el funcionamiento diario. Me toca aplicarme más en este tema, así
como fortalecerlo porque a partir de los 40, cada capacidad que se va perdiendo
es más complicada de recuperar. Hoy me toca comprometerme conmigo a estirarlo,
darle fuerza porque quiero que me siga sostenido y que tenga resistencia
cardiovascular.
Tengo escoliosis
lumbar y una rodilla operada, esas dos cualidades me piden cuidados que si no
fortalezco hoy mi estructura pueden volverse cargas con la edad y no quiero ser
esa señora de 65 que no puede caminar mucho porque la rodilla no la deja o
tener dolor de espalda que le impide disfrutar; quiero ser esa señora de 65 que
sigue conociendo el mundo y bailando salsa en tacones hasta que se canse el DJ,
quiero ser esa señora vital y sonriente que sigue aprendiendo y sorprendiéndose
con la vida, quiero ser esa señora que se llama Gaby y le da vitalidad a su
nombre, quiero ser esa señora que a los 90 sigue riendo a carcajadas brindando
porque ha podido disfrutar siempre lo que ha querido.
Como primera
parte de mi plan en esta etapa de vida, he comenzado un gran hobbie nuevo. Estoy empezando a hacer Senderismo, lo que me obliga a fortalecer todo mi
cuerpo y mi mente. También me lleva a la naturaleza mientras que me ayuda a
cambiar hábitos físicos y mentales. Cada paso en la montaña será símbolo de los
pasos que dé hacia mi visión personal, hacia mi yo de 65, 70, 75, 90….y ¡LO
AMO!
Y, ¿ustedes
cómo quieren ser a los 65 años?
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