Un martes cualquiera, 6:00pm. Me retiro a mi casa para descansar después de concluir -más o menos- 100 horas de trabajo. La sensación era de libertad, el trabajo estaba terminado, únicamente había que generar un reporte para enviarlo al cliente el jueves a las 12pm.
Miércoles 10:00am, pienso ya va a llegar Roberto para ayudarme a hacer el reporte, ¿dónde dejé los documentos? Un breve instante de pánico, frustración e irritabilidad se apoderó de mí conforme me daba cuenta que no tenía los papeles. Búsqueda y más búsqueda, conclusión: los papeles se tiraron a la basura el martes en la tarde y el camión pasó, puntual como todos los días, el miércoles a las 7:00am. Era oficial, sentía que empezaba a volverme loca.
Tomé aire mientras notaba que me encontraba en el umbral de decidir por un colapso nervioso o tomar el asunto con filosofía y pensar en una solución, me fui por la segunda opción. Rápidamente me pregunté ¿qué es lo peor que puede pasar?, la respuesta fue que me corran, y siendo sumamente reflexiva concluí que podría resolverlo, así que me puse en modo de relajación para idear un plan que me sacara de la broncota en la que me había metido por distraída. Mi plan consistía en buscar el camión que recoge la basura y meterme en sus entrañas hasta encontrar esas 100 horas de trabajo, las cuales no habían sido únicamente mías.
La aventura comenzó a las 10:30am cuando me topé con el primer camión de basura que contactaría durante las siguientes horas. Había dos chavos vaciando botes, me acerqué sin saber bien cómo explicarles mi problema, así que seguro habló con ellos mi versión loca. La primera frustración fue que me vieron como si estuviera loca, uuuuy, ese camión tira bien temprano, seguro esa basura ya va camino al bordo. Controlando de nuevo las ganas del colapso les dije me vale que esté en el bordo, si tengo que ir a esculcar allá, voy a ir, ¿quién de ustedes me lleva? les pago el día. Nada, siguieron subiendo la basura.
Justo en ese momento se bajó del camión el primer y más luminoso ángel del día, Don Antonio, quien era el conductor. Se acercó para ver qué pasaba, le conté mi historia y me dijo usted no se preocupe, ahorita encontramos ese camión y con suerte todavía trae la carga. Acto seguido, se quito el uniforme sucio, fue a buscar su celular y me dijo vámonos. En ese momento lo amé, lo amé por su buena voluntad y por la esperanza que sintió mi frágil corazón.
Lo primero fue identificar qué camión pasa todos los días por la basura. Después de dos llamadas, sabíamos que era el camión del primo de Don Antonio, ya la hicimos, mi primo Alfredo siempre se va después a la Anzures, váyase por Mazaryk, cruzamos Thiers y por ahí lo vamos a encontrar. Alivio, respiración y latidos tranquilos, la suerte estaba conmigo porque yo estaba con Don Antonio. Cómo lo mío es la conversación con cualquiera que se atraviese en mi camino, comenzamos a platicar. Me contó algunas historias de personas que habían tirado cualquier cantidad de cosas en la basura y que él había ayudado. Yo cuando puedo ayudo, esta ciudad sería otra cosa si en lugar de estarnos peleando buscáramos ayudarnos, juro que vi ligeras alas traslúcidas asomándose por sus orejas.
Una vez en la Anzures paramos a un barrendero -segundo ángel-, y me asombró darme cuenta de lo bien organizada que está la red, todos tienen el teléfono de alguien que sabe por dónde anda quién y qué vio pasar en tal calle al camión X. ¿Sabes dónde anda el Alfredo? gritó desde el coche. El barrendero se asomó, identificó a San Antonio, hizo una llamada, le dieron un teléfono al cual marqué para hablar con uno de los chavos que trabaja con el señor Alfredo. Me dijo que estaban sobre Gutenberg y fuimos más rápidos que veloces. Cuando vi el camión me tranquilicé, pero no sería tan fácil.
Don Antonio le explicó a su primo mi problema, pero no me podía ayudar. El camión del Sr. Alfredo se había descompuesto el lunes por la tarde y justo lo acababa de sacar del taller, su ruta la había hecho ese miércoles otro camión. Volvió a mí la desesperación pero San Antonio seguía en calma, cosa que me relajó ya que él era el experto en rescates de este tipo. Se hicieron más llamadas hasta que logramos ubicar al tercer camión del día, nos esperaba sobre Homero frente a Liverpool. Eran más o menos las 12 pm cuando de nuevo sentí que pisaba la gloria al leer las placas 1086CF, pero insisto hubiera sido muy sencilla la vida y poco relevante para mí la aventura.
En este camión no venían ángeles, venían seres enviados para hacérmela difícil.
Una vez expuesta la cuestión me confirmaron que sí, en efecto, ellos traían las bolsas que yo buscaba pero no seño, esas bolsas están hasta abajo y no va a poder revisarlas por qué nosotros tiramos la carga directo en el tráiler que la lleva al bordo y ahí no la van a dejar meterse, es imposible, mejor resígnese ¿era muy importante lo que busca? Yo ya no sabía qué tan importante era lo que buscaba, ¡sólo sabía que haría todo lo posible para salirme con la mía y revisar la basura de ese camión! Empecé con mis argumentos, me parecía increíble no poder hacer nada más. Cuando salí de mi euforia por convencerlos noté que San Antonio me hacía señas, por el sol no pude distinguir si eran sus manos o sus ya brillantes alas, me indicaba que fuera hacia él y dejará de discutir. Lo obedecí con temor y sorpresa, ¡ahí estaba la carga, mis papeles estaban en ése camión! Además necesitaba apurarme porque el dead line para la entrega con el cliente no era negociable.
Me subí al coche y le dije ¿¿¿ahora qué??? Demasiado tranquilo me contestó ahora vamos con los que deciden, usted no se preocupe, si ellos traen sus basura yo la ayudo a que la dejen revisar el camión. Yo estaba sumamente sorprendida por la solidaridad y el entusiasmo que le estaba poniendo a mi asunto, pero tampoco sabía a dónde mi iba llevar, así que con todo el agradecimiento decidí también tomar precauciones. Le hablé a Roberto (tercer ángel del día) para pedirle que me acompañara al viaje con rumbo desconocido.
Parecía cuento del Mago de Oz, nos íbamos sumando personajes en el camino.
El destino final fue la estación de transferencia de basura de Tecamachalco. Don Antonio realizó su última labor del día para esta alma tan distraída que a veces toma posesión de mi mente. Habló con el encargado, a quién no calificaría como ángel, más bien sería algo así como un personaje obediente con buena voluntad. Nos autorizó que el camión 1086CF descargará en una explanada fuera del tráiler para que pudiéramos revisarla. Concluida su labor, me despedí de San Antonio después de bajarlo a la lateral del Periférico para que regresara a su reino del “bienhacer”. Obvio le di una propina, y cuándo le extendí los billetes, verdaderamente le creí con todo mi corazón cuando me dijo no se moleste, no es necesario. ¿Cómo no iba a ser necesario?, la bondad se paga con la moneda de cambio que cada persona traiga al momento de despedirse de aquel que da ayuda desinteresadamente.
Mi fiel escudero –Roberto- y yo regresamos a la estación de transferencia, nos apostamos en la banqueta y esperamos. Alrededor de la 1:45 pm se acerca el encargado y me pregunta Oiga, me dicen que ese camión no descarga aquí, que tira su basura en la estación de Azcapotzalco. Pánico, frustración, coraje ¿cómo tan tarada no contemplaste que puede haber muchas estaciones para dejar la basura?, ¡tanto tiempo perdido!, ¿y si ya tiró en otro lugar? pensaba sumamente irritada conmigo. Resulta que había tres estaciones posibles, Tecamachalco, Azcapotzalco y Álvaro Obregón. Pregunté si tenían el teléfono de los otros tiraderos o si había alguna forma de monitorear la descarga de los camiones. Uy no, no tenemos teléfonos, nada más que vayan a ver allá.
Roberto y yo empezamos a planear quién se quedaba y a dónde iba el otro a buscar primero al camión. Regresó el sudor frío y el tercer intento del colapso nervioso por ganarme la batalla parecía que iba a tener éxito. Justo en ese momento llegó el siguiente ángel. Era hora de cambiar de turnos en la estación. Esteban es el encargado de la tarde, pero sobre todo es bastante más pensante y amable que el anterior. Le explicamos el tema, ahorita hablamos a la central, me dijo entre cantos de arcángeles. Habló, y le dijeron que hasta esa hora no había reporte de ese camión. Yo estaba verdaderamente angustiada cuando Roberto me dice ¿qué placas buscamos?, ¡ahí está el 1086CF!
Benditas placas, bendito carruaje, bendito el esfuerzo, ya estaba a unos metros de la meta. Los tripulantes del camión se me quedaron viendo de forma no muy grata, de menos deben haber pensado pinche viaja loca, ¿qué hace aquí? Supongo que los tomé por sorpresa, pero no me conocen, no saben lo persistente, por no decir necia, que puedo llegar a ser. Al bajarse estaban renegando y diciendo que iban a descargar en la caja del tráiler y yo a punto de comenzar a explicarles del permiso cuando el encargado me dijo espéreme tantito, yo lo arreglo. Discutieron, pero al final movieron el camión para descargar en la explanada. Obvio esto resulta mucho trabajo para todos ya que después deben arrastrar toda la basura hacia la caja, pero ya había quedado establecida una propina.
Por fin la basura estaba cayendo a mis pies, nunca me había sentido tan feliz de ver tanta porquería tan cerca de mí. El primer impulsó fue meterme y comenzar a romper las bolsas cuando un coro angelical me gritó ¡nooooo!, nosotros lo hacemos, usted sólo nos dice si ve lo que busca. Entonces se dejo venir un manojo de ángeles, todos armados con guantes, palas y trinches. Deshicieron bolsa por bolsa, sacaron y re sacaron todo tipo de cosas, pero nada, no había señal de mis papeles. Supongo que mi cara reflejaba la decepción porque el encargado me dijo no se preocupe, ya mandé traer la máquina. Otro ángel apareció tras el volante de un tractorcito, metió la pala al montón y dejo caer poco a poquito toda la basura para que pudiéramos distinguir los papeles, lo hizo con todo el monte. A estas alturas no sé cuántos eran, pero todos estaban verdaderamente concentrados en buscar esas hojas.
Nada, no encontré nada. Mis hojas deben estar en el hoyo negro que se traga las cosas que necesitamos perder para obtener lecciones de vida. Podría haber regresado frustrada y mentando madres, pero me encontré con una aventura divina.
Jamás había dedicado un pensamiento a la gente que trabaja alejando de mí la basura, pero supongo que en caso de haber pensado en ellos habría imaginado a personas enojadas con la vida, odiando su trabajo, resentidas. Para mi sorpresa encontré gente maravillosa, con actitud positiva, dispuestos a escuchar un problema y a trabajar en equipo para lograr un fin común, educados en su trato y sobre todo gente trabajadora. Tal vez, desde mi punto de vista, no tienen el mejor trabajo del mundo, es más pienso que tienen uno de los trabajos más desagradables, pero eso no importa, lo hacen bien. Hacen bien su trabajo, cosa difícil de decir de muchas otras personas y además se toman el tiempo para ayudar. No importa la propina o la no propina, tampoco les dejé tanto como para haber actuado por el dinero, lo que me importa es que ayudaron.
¿Qué pasó con la información que perdí?
Otro ejército de ángeles, Roberto, Paola y 4 personas del equipo de trabajo, se tomaron la molestia de ayudarme a reconstruir el reporte. Mágicamente lo logramos, teníamos la información en notas desestructuradas, pero de nuevo me encontré con la buena voluntad para ayudar con entusiasmo y cooperación.
Mi lección es el no juicio, la humildad, la cooperación desinteresada, la calidad humana y el trabajo en equipo. La buena noticia es que no somos ni estamos solos, hay seres de luz en todas partes, sólo necesitamos estar atentos para reconocerlos.
1 comentarios:
Gaby, amo tus cuentos...un abrazo Paloma
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