viernes, 1 de abril de 2011

¿Habrá sido el viento lo que trajo mi desgracia?


Era viernes 18 de mayo del 2005, alrededor de las 7:00 pm, cuando comenzó a soplar el viento de mi desgracia- que me disculpe García Márquez por comenzar mi anécdota igual que La triste y verdadera historia de la Cándida Eréndira y su desalmada abuela.

Ese día me tocaba llevar la cena a la reunión del Mesamigo, ya que había faltado al último evento. El Mesamigo es una tradición que tiene 5 años. Somos un grupo de 14 amigos –veces más, veces menos- que nos juntamos para jugar. Así es, jugamos a lo que sea, desde Guitar Heroe hasta 100 Mexicanos Dijeron. El equipo que pierde pone casa, cena y botanas para la siguiente reunión. Faltar es como perder, así que tenía que llegar con la cena.

Según yo, me había organizado en la chamba para salir temprano, pero me retrasé un poquito. Pasé rápido al súper a comprar todo lo necesario para ravioles y una guarnición. Cuando por fin me estacioné en mi casa estaba en medio de la lluvia; pensé ¡qué suerte! justo a tiempo para no mojarme demasiado. Con la prisa agarré las bolsas y corrí al interior, cuando de repente...... ¡PUM! se fue la luz. Cool, como soy, me dije no importa. Lo resolví sacando mi lámpara para emergencias.

Parecía que la suerte no estaba a mi favory hasta pensé ¿y si me voy a casa de mi mamá a preparar la cena? Pero noooooo, mi terca persistencia me convenció. ¡Claro que puedo hacerlo con mi lamparita! 
Para agregar un grado de dificultad, me tenía que bañar ya que no me había librado del todo del chapuzón, pero seguía cool. De alguna forma me confundí, en ese momento veía en mi lamparita una versión moderna de la de Aladino. Fácil, todo se resolvería.

Puse a hervir el agua mientras preparaba la salsa. Una vez lista, y con el agua hirviendo, busqué los ravioles pero ¿qué creen? No había ravioles, por supuesto que los había dejado en el coche. 
Dale, un detallito, no pasa nada, al coche por los ravioles. 
Tomé las llaves de mi vehículo y justo cuando iba a salir pensé me llevo también las de la casa por si se cierra la puerta, así que saqué otro llavero de mi bolsa. ¿Se dan cuenta? Estaba yo en todo, prevenida como pocas veces, ¡qué mujer caramba!

En efecto, la puerta de la calle se cerró con el viento de mi desgracia, pero yo traía llaves…....... ¿verdad? 
¡PUES NOOOOOO! ¡El otro llavero que había sacado era el duplicado del coche! ¿Qué hacían los dos juegos de llaves del coche en mi bolsa? Esa es otra de las muchas historias que me pasan por distraída, digamos que mi mente funciona de forma muy original.

Entonces, eran las 7 pm, me encontraba afuera de mi casa en medio de la lluvia con una olla de agua hirviendo, una olla con salsa a fuego lento, una cita con el “mes amigo” a las 8:30 pm y sin llaves para entrar. Obvio sin cartera ni celular ni cerebro para pensar.

Lo primero que se me ocurrió fue un ¡qué &$·)!”@..ja soy! Acto seguido decidí ir “de volada” a casa de mi mamá por el duplicado.
El viaje de ida bien, tráfico fluido (los que viven en la Ciudad de México saben del tema), pero el carril de vuelta estaba parado así que aproveché para identificar rutas alternas de regreso. 
Ya se imaginarán que me bajé como loca a tocarle el timbre a mi madre, mientras me empapaba. Del interfón salió un monísimo ¿quié-en? con la dulce voz de mi mamichi. Gaby, ábreme de volada contesté con una forzada tranquilidad. ¿Qué pasó? siguió diciendo el interfón, ¡ábremeeeeeeeeeee, que me estoy mojando! grité ya sin ninguna compostura.

Entré como una loca al grito de ni me preguntes, pásame las llaves de mi casa, luego te hablo. A estas alturas ya la cosa me daba risa, es mi mecanismo de defensa frente a la irredemediable estructura de mi mente. Tomé el camino que había pensado, pero era obvio, viernes, tres días después de quincena, época de lluvias….no había nada que hacer más que respirar hondo, muuuuuy hondo. Me tomó 1 hora con 20 minutos regresar a mi casa, ¡oh sí, ni un minuto menos!

Pasé de la risa a la desesperación, del coraje a las promesas de poner mayor atención a los detalles, hasta que llegó el miedo. Imaginaba el agua hirviendo escurriendo por la olla, apagando lentamente la hornilla, el ruidito del gas saliendo a carcajadas, una explosión, mi casa nueva (era la primera vez que vivía sola), mis cositas nuevas destrozadas, en fin, una desgracia total. Los bomberos estarían ansiosos esperando a que llegará la persona tan irresponsable que había provocado la situación. Claro, dirían, ¿cómo la dejan vivir sola si no puede siquiera tomar las llaves correctas? 
También me preocupaba la cena del Mesamigo y recé para que no le pasará nada a mi casa mientras pensabaen salir con algún decoro del compromiso.

Al irme acercando a mi hogar me invadían la ansiedad y los nervios por saber qué era lo que iba a encontrar, era una sensación parecida a cuando te estás haciendo del baño y conforme te vas acercando a la taza sientes cómo crecen las ganas, supongo que saben a lo que me refiero.
Gracias a Dios, todo estaba en orden cuando abrí la puerta, bueno, casi todo. Seguía el apagón, mi lámpara continuaba prendida, pero al abrir, sentí un calorcito coqueto. Todos los vidrios estaban empañados, lo bueno es que no había rastros de explosión o de olor a gas. La salsa se convirtió en una melcocha asquerosa, la olla con agua estaba casi vacía y un poco quemada de abajo. Bendito, de los males los menos, agradecí por no haber tenido un percance mayor.
Ok, todo bien, tenía un compromiso pendiente así que comencé de nuevo a cocinar.

Después de todo el numerito llegué a la cita a las 11pm, con un “wet look” tipo me-sa-lí-de-la-re-ga-de-ra-y-ni-me-pei-né. Todos estaban con un hambre de perros, razón por lo cual mi cena les pareció muy rica. La aventura terminó con unos buenos tequilas para relajarme y la victoria del equipo femenino en el juego de mesa de la noche.

Mis aprendizajes fueron, no volver a salir jamás de mi casa si los frijoles están en la olla y que las mujeres juntas somos más inteligentes que los hombres juntos, sin importar que solitas hagamos estupidez tras estupidez.

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